jueves, 20 de noviembre de 2014
Un loco busca a Dios en pleno día con una linterna encendida y los demás se burlan de él. Dicho hombre ha enloquecido por haber cometido un asesinato: él y los demás hombres han asesinado a Dios. Lo que Nietzsche anuncia en el parágrafo 125 de La gaya ciencia1es escandaloso para todos, pues Dios no es simplemente un personaje religioso, es el símbolo de la verdad absoluta e incuestionable, es la explicación a todas las preguntas, el plan y la teleología alrededor de la cual gira el mundo. Dios, dicho de manera poética, muere y se lleva a la tumba la estabilidad del conocimiento, las certezas y la modernidad. Si alguna vez murió y resucitó para salvar a los hombres, esta vez los hombres preferirán que permanezca muerto para encontrar la salvación.
La filosofía entera reaccionó ante la muerte de Dios y no fue la Ética una disciplina ajena a esta muerte, pues desde las entrañas de la vida humana surgía el grito de rebeldía y de libertad que se anteponía a las leyes absolutas, a los dictados incuestionables de la religión y a los dogmas establecidos por la razón. 
Aquella razón modernizada, deseosa de regir en todos los ámbitos, se colapsaba, sin embargo, con el fallo del Estado moderno, supuesto símbolo supremo de la razón humana.

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